top of page

El arte de ser flexible en cuerpo y mente

Hace muchos años en una clase de danza contemporánea la profesora dijo: “No sólo tiene que ser flexible nuestro cuerpo sino también nuestra mente”. Sus palabras fueron un destello de luz. Tener la mente flexible, pensé. ¿Cómo será eso? ¿Yo tendré la mente flexible?

A lo largo de los siguientes años siempre me acompañaron esas dos preguntas, y me las empecé a responder a partir de distintas vivencias, de la observación de otras personas y sus acciones, de conversaciones con gente querida, del Yoga, el Budismo y el psicoanálisis.

En otra oportunidad, en una clase de Yoga, la profesora relacionó lo que estábamos haciendo, mover la cabeza hacia un lado y hacia el otro liberando al cuello de contracturas, con la posibilidad de ver y aceptar otros puntos de vista, y no sólo el propio. ¡Otro destello de luz! “¡Claro!”, me dije. Empecé a atar cabos.

Me fui acercando a la conclusión de que ser flexible con la mente es poder adaptarse a nuevas circunstancias sin resistirse; poder cambiar de opinión si nos damos cuenta de que la propia no es del todo acertada; poder pedir disculpas sin apretar los dientes sino con una mano en el corazón; poder escuchar el punto de vista ajeno sobre alguna cuestión, aunque difiera del propio y aceptar que también puede ser atinado.

¡Me horroricé cuando me di cuenta de que muchas veces yo no era tan flexible como pensaba!

Descubrí que más de una vez me era difícil decirle a quien opinara distinto a mí que su punto de vista también era válido, y que en muchos aspectos de mi vida tenía conceptos rígidos sobre cómo debían ser o no ser las cosas.

Dos ejemplos: durante algunos años discutí apasionadamente con quienes comen carne, y si bien hoy en día no dejo de pensar que en algún momento todes seremos antiespecistas, aprendí que no tengo por qué juzgar a quienes comen animales. Tal vez quienes lo hacen militan otras causas igual de importantes sobre las cuales yo no sé mucho. O simplemente están transitando su camino que no es parecido al mío en ese sentido. Ésto no quita que siga alentando a mis amigues a comer más alimentos naturales libres de sufrimiento animal si se acercan a pedirme información sobre el tema; sólo que ahora lo hago desde el amor y no desde el dedo señalador.

Segundo ejemplo: luego de haber estado durante siete felices años en pareja con un varón me enamoré de una chica, y para mi sorpresa a quien más en contra tuve al principio fue a mí misma. Esa niña amante de las pelis de Disney me juzgaba (¿vieron el monólogo de Hannah Gadsby en Netflix?).

Entonces empecé a preguntarme: ¿por qué me cuesta a veces tener una mente más blanda? ¿Qué es lo que me está faltando? Se me apareció la palabra tolerancia. Comencé a buscar entonces material sobre eso y lo que pude apreciar es que ser lo opuesto a intolerante es poder aceptar la otredad, lo que tal vez no es lo que nos identifica pero sí identifica a otra u otras personas.

Desde mi propia experiencia creo que es muy bueno que me haya sincerado diciendo: “Ah, mirá, a veces me cuesta ser flexible”. Ése es un primer paso, uno importante, el de reconocer sin mentirse y poder ver claramente quiénes somos. A partir de ahí sólo es cuestión de seguir el camino.

Cada vez que estoy siendo poco flexible, doy un paso atrás, respiro profundo (¡nunca nos olvidemos de este paso tan pero tan importante! respirar profundo y oxigenar nuestro cerebro para que pueda tener más luz) y busco hacer lo que podría llamarse un “abdominal mental”, algo que nos cuesta hacer pero nos esforzamos por hacerlo de todas maneras: contener el impulso a responder, a enojarme o a predicar mi propia opinión cuando no lo amerita (a veces sí lo amerita; ser flexible no significa dejar de ser honesta y tener el valor de decir “no estoy de acuerdo”. ¡Es una delgada línea esa sobre la que transitamos!).

Ahora bien, es más profundo que sólo querer convertirnos en gimnastas flexibles de la mente.

Creo que para verdaderamente poder tener flexibilidad mental hay que preguntarse: ¿para qué quiero ser flexible? Cuando hallamos el motivo es más fácil dejarnos mover por ese motor.

Una de las respuestas a las que llegué es para poder verdaderamente ser consciente de la gran variedad de aspectos que tiene la vida, la diversidad es algo inherente a ella. Si miramos la naturaleza nos daremos cuenta; si miramos nuestros rostros nos daremos cuenta. Cada uno es distinto, del mismo modo que son distintas cada manera de pensar y elegir. Entonces, ¿para qué querer imponer la mía por sobre la de las otras personas o resistirme a aceptar un aspecto de la vida que no coincide con mi propio gusto?

¿Para qué quiero ser flexible? Me vuelvo a responder: para vivir en un mundo más justo. ¿Cómo nos va a resultar fácil ser flexibles si la matriz sobre la cual está construida la sociedad actual no lo es?

¡Cuánto más libre se es al tener una mente flexible en vez de dura como un cascote, que se aferra a sus opiniones y deseos, sin poder empatizar con la abundancia de otros puntos de vista que la rodean y sin permitirse tampoco moldear las propias ideas!

En mi deseo de darle más apertura y flexibilidad a mi mente, empecé a preguntarme: ¿qué hay detrás de mi necesidad de reaccionar así a veces, sin poder ceder? Y encontré al mayor responsable: el miedo.

Tenemos una psiquis construida a partir de lo que nos enseñaron, de lo que nos hicimos creer para vivir más tranquilamente dentro de nuestra burbuja donde nadie nos pone en duda. A veces no es fácil darse cuenta de que pueden haber otras maneras de vivir, de elegir la felicidad. A veces da miedo que se caiga esa pared construida desde nuestra niñez arriba de la cual nos paramos y decimos: “ésta soy yo, y desde acá me relaciono”. ¿Y qué pasa si dudo? ¿Y si pienso que tal vez podría ser aquella otra también?

Entonces pensé que si tengo miedo necesito el antídoto, y me crucé con la palabra confianza. La confianza y el amor son quienes eliminan al miedo. ¿Confiar… cómo, en qué o en quién? Podés confiar en tu dios; podés confiar en que todo lo que te sucede está perfecto y que de todo salís siendo una persona más llena de vivencias y de conocimiento. Podés confiar en tu propia sabiduría y fortaleza interna, la que te guía y, como me enseñó mi madre, te dice: “Es por acá, es por allá, aunque tengas miedo vení, yo te llevo de la mano, vas a ver cómo mañana todo este miedo va a parecer un sueño lejano, y vas a estar bien”.

El cuerpo flexible

Todo lo que pensamos influye en nuestro cuerpo y lo que nuestro cuerpo hace influye en nuestra mente. Por eso es importante entrenar ambas cosas, cuerpo y mente.

Es necesario contar con herramientas que nos agilicen este camino hacia la búsqueda de la flexibilidad mental que a – mi entender – es la que nos aleja del sufrimiento y nos acerca a la felicidad.

Cuando hacemos una buena clase de yoga con una generosa relajación final generalmente salimos con una liviandad y una lucidez mental muy distinta a la de una mente embotada. Es necesario conectarnos con prácticas que nos ayuden a entrar a este estado interno benévolo, tolerante, pacífico, alegre. Es necesario aprender a relajarnos; a soltar nuestros escudos; a poder llenarnos de energía nueva con una respiración profunda y constante.

Es necesario hacer cosas que nos hacen bien, que nos ocupen el cuerpo y la mente al unísono; puede ser una clase de yoga o una de cocina o de batería; una donde la mente esté presente en lo que el cuerpo está haciendo.

Al tener cuerpo y mente al unísono, en vez de estar nadando entre miles de pensamientos, ordenamos nuestra cabeza y la enfocamos; al hacerlo empiezan a haber momentos de silencio en nuestro interior. Desde ese silencio podemos mirar con mayor claridad las cosas. Desde esa mente serena es más fácil ver que no existe un solo modo de ser y hacer, sino más bien que hay infinitas posibilidades y ésto nos convierte en personas flexibles de mente.

Cuando hacemos cosas que nos “conectan”, es decir, que nos hacen girar 180 grados la mirada hacia adentro, ¡ahí aparecemos! Ahí está todo lo que necesitamos y en este momento somos capaces de sentirnos.

Podemos pensar que dentro de cada ser está dios; podemos pensar que adentro nuestro está nuestra conexión con la naturaleza – que es de dónde venimos y es sabia hasta la raíz – podemos pensar que adentro está ese amor propio que muchas veces buscamos afuera y que por eso tememos a que no nos acepten o no aceptamos. Y finalmente podemos pensar que cuando esa mirada, que giró 180 grados hacia adentro, cala profundo y llega al corazón, nos inundamos en aguas tibias donde no hay nada que temer y que con absoluta certeza vemos con ojos limpios que todo está bien.

Recordando que todo lo que pensamos influye en nuestro cuerpo y que lo que nuestro cuerpo hace influye en nuestra mente, (no nos sentimos iguales si encorvamos la espalda o si nos paramos con los hombros hacia atrás y el pecho abierto; si sonreímos o fruncimos el ceño) es importante entrenar ambas cosas, cuerpo y mente.

Ser flexibles con el cuerpo tiene que ver con la tolerancia también. La propia tolerancia. Es aceptar que hoy nuestro cuerpo es éste y que éstas son sus posibilidades sin pretender que sean otras. Es no frustrarse cuando, por ejemplo, no me puedo abrir de piernas como otra persona lo hace. Aceptar que éste es mi cuerpo hoy sin compararme.

¿Cómo ponemos en práctica ésto?

Cuando estamos en una postura de yoga en vez de estar dándonos con un palo porque nos cuesta, respiremos profundo (nunca olvidemos este paso) y solamente entreguémonos dejando que la gravedad actúe, sin apurarla. Si respetamos las posibilidades del propio cuerpo hoy, veremos que la postura no nos cuesta, que a quien le cuesta la postura es al ego, que con su inmadurez no entiende que no hay postura final a la cual llegar. Estar en la postura, con lo que eso implica -con nuestra mente presente- ES la postura final.

Recordatorios

Ver claramente que donde nuestro cuerpo está hoy es la única realidad y que si trabajamos para flexibilizarlo sí o sí obtendremos resultados; ver que el cuerpo es noble y cede si se le da ese lugar confiando en él, en vez de castigarlo por no ser uno “más flexible”. Amarlo. Cómo a un gatito que está asustado, si se lo llama con serenidad, si se le permite olernos en vez de querer agarrarlo y manipularlo, irá sintiendo que no corre peligro y se acercará, cederá y probablemente termine lamiendo nuestra mano y algunos días más tarde se entregará a nuestros brazos profundamente dormido. Lo mismo el cuerpo, cuanto más profundo respiremos y percibamos todo el espacio que el aire tiene dentro nuestro para llenar, más confianza tendremos en que “hay lugar para mi, para ser” y ahí podremos soltar esos músculos que duros se aferran a no sé qué (o tal vez sí sabemos a qué)”.

Hoy, luego de muchas cosas vividas desde esa clase de danza contemporánea, le respondo a esa chica dieciochoañera que fui, que para ser flexible en cuerpo y mente busco aprender cada vez más a aceptar y tener tolerancia con mi propio cuerpo y con las ideas distintas a las mías. Busco aprender que puedo no ser la misma persona hoy que fui ayer y que estoy en constante cambio y evolución. Aprendo que es importante soltar la necesidad de tener la razón y de imponer mi verdad.

Aprendo también a confiar que está bien el cambio, que la vida es movimiento y que no voy a caer en un precipicio si lo que venía sosteniendo con tanto ímpetu se desmorona. Simplemente aparecerá algo nuevo – que estoy convencida – me hará de paracaídas y aterrizaré en una tierra que me traerá bienestar, porque estaré siendo fiel a mi misma, en vez de abrazarme a una dureza mental que se resiste a entregarse a un cambio inevitable.

En mi heladera tengo un imán que dice: “La mutación es lo único que permanece”. Entonces, en vez de ir en contra, vayamos a favor, con el pecho abierto y un corazón gigante que confía y ama la vida, que es flexible porque no teme y que no juzga porque reconoce que justamente tener vida adentro significa estar en constante movimiento.

¡Qué así sea!


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
No hay tags aún.
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page